Científicos identifican cinco subtipos de insomnio
Los trastornos del sueño son uno de los motivos más frecuentes de consulta en medicina general y psiquiatría. El insomnio es uno de ellos.
Se estima que entre el 10% y el 15% de la población adulta, a nivel mundial, lo experimenta.
Se trata de la imposibilidad de iniciar o mantener el sueño; o la dificultad para mantener una buena calidad de descanso. Como consecuencia, la energía no se restaura de manera adecuada y el estado de vigilia se vuelve anormal.
Este padecimiento ha sido asociado con la disminución del rendimiento laboral y escolar; incremento en la tasa de accidentes automovilísticos; y mayor propensión a padecer otras enfermedades.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que, para diagnosticar insomnio, se requiere tener los síntomas al menos durante un mes. Sin embargo, es un desorden común; suele presentarse de forma ocasional y transitoria, en especial durante situaciones de estrés.
Por otro lado, la prevalencia del insomnio puede ser síntoma de alguna enfermedad. Las personas suelen sentirse cansados durante el resto del día; asimismo, pueden sentir depresión, ansiedad o irritación.
Dicha condición, además, obstaculiza el desempeño en la vida cotidiana; pues la capacidad para concentrarse, recordar, aprender y prestar atención, se ve mermada.
Hasta ahora se habían identificado dos niveles de insomnio:
- Agudo o de corta duración permanece por días o semanas; se da como resultado de eventos traumático o presión por situaciones familiares y/o laborales.
- Insomnio crónico, que dura meses.
Su tratamiento va desde medidas psicológicas hasta farmacológicas; no obstante, entender mejor los mecanismos cerebrales que lo desencadenan, ayudaría a contar con terapias más eficientes.
Más de un tipo de insomnio
Aun cuando los científicos han trabajado para identificar los procesos del insomnio en el cerebro, los hallazgos han sido inconsistentes. Lo saben porque el patrón de efectividad del tratamiento arroja la misma respuesta: funciona para algunos, mas no para otros.
Ante esa situación, un equipo de investigadores del Netherlands Institute for Neuroscience decidió trabajar con un conjunto de voluntarios para registrar su sueño y realizar un análisis, el cual ha sido dividido en dos partes.
Primero, se analizaron los resultados de 34 cuestionarios llenados por voluntarios del Netherlands Sleep Registry. Con las preguntas, midieron los rasgos de personalidad vinculados a las diferencias de función y estructura del cerebro.
Por medio de un método llamado “análisis de clase latente”, los especialistas identificaron cinco tipos de insomnio:
1. Muy angustiado
Los rasgos de personalidad ligados al neuroticismo, así como a la depresión y a la tensión tienen la puntuación más alta en esta clasificación.
2. Moderadamente angustiado, pero sensible a la recompensa
En este tipo de personalidad, a pesar de la angustia, las respuestas a emociones placenteras están intactas.
3. Moderadamente angustiado e insensible a la recompensa
Como su nombre lo indica, los niveles de angustia o tensión no son elevados, aunque tampoco muestran reacciones a emociones placenteras.
4. Levemente angustiado con alta reactividad
Los síntomas del insomnio varían con los eventos del ambiente o de la vida cotidiana.
5. Ligeramente angustiado con baja reactividad
En la segunda etapa, los científicos evaluaron una nueva ronda de voluntarios.
Cinco años después, para la fase tres, se revaluaron a los participantes de la primera muestra, observando que los individuos habían conservado su tipo de insomnio; lo cual sugiere una estabilidad en la clasificación. También identificaron diferencias en las trayectorias de desarrollo, respuesta al tratamiento y presencia de biomarcadores entre los distintos subtipos.
Con estas conclusiones, se sugiere que al identificar el subtipo de insomnio que una persona sufre, se pueden desarrollar tratamientos personalizados. De igual forma, se podrían seleccionar a los pacientes con mayor riesgos para su inclusión en ensayos relacionados con otro tipo de desórdenes como la depresión.
La investigación completa fue publicada en la revista The Lancet y fue financiada por el European Research Council y la Netherlands Organization for Scientific Research.