¿Respuesta a emociones vocales está asociada a la relación madre-hijo?

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Desde hace tiempo, se sabe que los bebés son capaces de distinguir el contenido emocional de las voces de sus madres mucho antes de comprender palabras. Para lograrlo, utilizan herramientas como la entonación, ritmo y otros elementos.

Estudios recientes indican que dicha información la procesan en la misma red neuronal que los adultos. De acuerdo con investigadores de la University of Manchester, de Reino Unido, el efecto es mayor en los bebés cuyas madres se involucran en su comportamiento la mayor parte del tiempo.

Los autores indican que una comprensión temprana de las emociones vocales da a los bebés una ventaja para obtener la atención adecuada por parte de los adultos, así como para dirigirse en su entorno social.

Anteriormente, se sugería una respuesta cortico-temporal a la prosodia del habla emocional durante el primer año de vida. Es decir, la red involucrada en el procesamiento de la emoción vocal adulta comienza a funcionar desde muy temprana edad.

En los adultos, ese contenido emocional se procesa en los lóbulos frontal y temporal. Por otro lado, en los bebés, la especialización neuronal a la emoción vocal varía según las experiencias iniciales.

Gracias a imágenes de resonancia magnética, se ha podido obtener una visión del cerebro de algunos bebés; sin embargo, el ruido de la máquina encargada de procesar dichas imágenes complica la obtención de resultados.

Debido a lo anterior, los científicos de Manchester utilizaron una espectroscopia infrarroja cercana funcional. Este método es silencioso y no invasivo.

Con ese método, lograron medir el flujo sanguíneo en las áreas corticales mientras los bebés se encontraban en las piernas de sus madres y escuchaban su habla.

Se realizaron pruebas a 29 bebés de seis meses de edad. Los exámenes incluyeron vocalizaciones relacionadas con el enojo, la felicidad, y tonos neutrales.

Por separado, los expertos observaron la misma actividad durante el juego en el piso. Cuantificaron las interacciones de la madre en términos de sensibilidad cuando el comportamiento del bebé cambiaba.

Asimismo, pusieron atención en qué tan directa era la interacción y el grado de control por parte de la madre.

Al finalizar, descubrieron que las vocalizaciones relacionadas con el enojo y la felicidad activaron la red fronto-cortical.

De igual manera, notaron que el nivel de activación en respuesta a la ira era mayor si la madre interactuaba de forma más directa; o sea, aumenta la capacidad cerebral infantil para detectar y responder a ciertas emociones entendidas a partir de la voz.

Según el equipo, la sensibilidad a los tonos emocionales causa la activación de diferentes patrones en áreas del cerebro; los cuales, además, también participan en el procesamiento de voces en adultos y niños mayores.

Los patrones encontrados revelaron que el cuidado temprano de los bebés influye en sus respuestas cerebrales; en otras palabras, mientras más intrusiva o exigente sea una madre, más fuerte será la respuesta de los niños al escuchar una voz enojada.

El equipo aclaró que se trata de la primera investigación sobre procesamiento neural infantil de la prosodia emocional sin habla; el objetivo: demostrar cómo funcionan los cerebros de los bebés.

Los hallazgos sugieren que la red de las áreas frontal y temporal del cerebro funciona desde los 6 meses de edad. Del mismo modo, estas conclusiones empatan con análisis previos sobre el comportamiento de bebés ante sonidos emocionales y neutros.

Si se pudieran replicar estos ensayos en muestras más grandes y en grupos de alto riesgo, como con madres con enfermedades mentales, entonces, podría haber una mejor comprensión de la experiencia temprana con la percepción vocal. De forma adicional, se entendería su influencia en el desarrollo comunicativo y socioemocional de los infantes.

Los investigadores anotaron que, en próximos estudios, se deben considerar también otras influencias ambientales y específicas en el procesamiento de las emociones vocales.

El informe se publicó en la revista PLOS One.