¿Se puede medir el grado de dolor de un paciente observando sus ojos?
A nivel mundial, se calcula que entre el 10-30% de la población padece de algún tipo de dolor crónico. Por su parte, el National Institutes of Health (NIH) estima que unos 25 millones de estadounidenses experimentan este padecimiento; mientras que en México, esta cifra se calcula en el 27% de la población, hecho que tiene un grado variable de repercusión en su calidad de vida y en su desenvolvimiento diario a nivel personal y social.
Se puede determinar la temperatura, la frecuencia cardíaca y otros indicadores fisiológicos, pero el dolor es algo que se “siente”, pero que aún no es medible de manera “numérica” o más estandarizada, sino que depende de varios aspectos subjetivos del paciente y del profesional sanitario tratante.
En algunos casos, los pacientes deben expresar lo mal que se sienten usando gráficos que cuentan con una escala de 10 puntos o de estilo emoji que muestran rostros que varían desde sonrisas hasta ceños fruncidos, según la intensidad del dolor.
En el caso de los bebés es aún más problemático, pues los médicos y las enfermeras tienen que adivinar o tratar de interpretar el grado de dolor por sus gritos y retorcimientos.
Además, el dolor también depende de la sensibilización o tolerancia de la persona que lo padece, ya que para alguien que califique una intensidad con un 7, para otro paciente que está más acostumbrado al dolor intenso podría representar un 4 .
Esta variabilidad que se presenta entre de pacientes hace que sea difícil evaluar si los eventuales nuevos analgésicos que se desarrollan realmente funcionan de manera eficaz contra el dolor, pues su eficacia se termina probando a través de la dupla ensayo/error.
Las autoevaluaciones tampoco son determinantes en cuanto al tipo de dolor que padece una persona, si es punzante, quemante, etc., que puede depender de su etiología de base, en la cual funcionan mejor algunos fármacos que otros.
¿Se puede medir el dolor?
Impulsado por la crisis en el uso masivo y muchas veces indiscriminado de los opioides, el NIH están impulsando el desarrollo de lo que su director, el Dr. Francis Collins, ha llamado un «medidor de dolor», para indicar cuánto dolor está sintiendo un paciente, para determinar a qué tipo de dolor corresponde y para evaluar la eficacia de los analgésicos u otras terapias paliativas del dolor.
A lo largo del país, los NIH están financiando a los científicos para que realicen estudios de escaneos cerebrales, reacciones de las pupilas y otros posibles marcadores de dolor que puedan señalar de forma más fidedigna y “medible” el grado de dolor, para que pueda ser tratado más eficazmente.
Si bien estos estudios están en una etapa inicial, la predicción de Davis Thomas- del Instituto Nacional de Abuso de Drogas de los NIH, quien es el encargado de supervisar la investigación- es que estas variables serán medidas a través de varios indicadores que se evaluarán conjuntamente: «No habrá una sola firma de dolor”. «Mi visión es que algún día reuniremos estas diferentes métricas para obtener una especie de huella digital de dolor«.
El dolor en los ojos de Sarah
«Si no podemos medir el dolor, no podemos solucionarlo«, manifiesta la Dra. Julia Finkel, anestesióloga pediátrica del Children’s National Medical Center in Washington , quien inventó recientemente un dispositivo experimental de seguimiento ocular.
Un caso de dolor de gran intensidad ha sido el que ha experimentado Sarah Taylor, una paciente de 17 años de edad, primero a causa de una artritis infantil y luego por fibromialgia, que le ha llevado a estar hospitalizada a causa del dolor insoportable que la aquejaba.
Ahora los científicos estudian los ojos de Sarah para observar cómo reaccionan sus pupilas en los momentos en los que sufre de dolor y cuándo no, como parte de una búsqueda para desarrollar la primera forma objetiva de medir el dolor.
Este estudio se basa en el hecho que los ojos ofrecen una ventana directa a los centros de dolor ubicados en el cerebro, dijo Finkel, quien dirige la investigación del dolor en el Children’s Sheikh Zayed Institute for Pediatric Surgical Innovation, pues algunos nervios que detectan el dolor son también los encargados de transmitir las señales del «ay» al cerebro a través de vías que a su vez alteran los músculos de las pupilas, al reaccionar frente a diferentes estímulos.
El dispositivo creado por Finkel monitorea las reacciones pupilares frente a la luz o la estimulación no dolorosa de determinados nervios, con el objetivo de vincular diferentes patrones pupilares con distintas intensidades y tipos de dolor.
Eficacia de fármacos y otros dispositivos
Este dispositivo de evaluación pupilar también se podría emplear para evaluar la eficacia de fármacos ya existentes y en el desarrollo de nuevos medicamentos analgésicos, que fueran formulados para bloquear el dolor al dirigirse directamente al nervio sensitivo causante de esta respuesta, indicó Finkel, en vez de brindar un leve o moderado alivio al disminuir la percepción del dolor, pero no sin afectar su transmisión, como en el caso del opioide oxicodona.
La presencia de ciertos medicamentos en el organismo también podría ser detectada al evaluar ciertos cambios en una pupila en reposo, por lo que la FDA anunció el mes pasado que colaboraría con AlgometRx- una empresa de biotecnología fundada por Finkel- para acelerar el desarrollo de un dispositivo que sirva para realizar un testeo rápido de fármacos.
Al observar zonas más profundas en los ojos a través de imágenes obtenidas por resonancia magnética (IRM), científicos del Hospital General de Harvard y Massachusetts descubrieron patrones de inflamación en zonas cerebrales que servían para identificar fibromialgia o dolor crónico de espalda.
En otras investigaciones ha habido hallazgos de cambios en la actividad cerebral, donde diferentes áreas se «iluminan», indicando ciertos tipos de dolor.
Otros investigadores utilizan electrodos dispuestos en el cuero cabelludo para medir el dolor a través de las ondas cerebrales.
Además de estas “cuantificaciones” del dolor, los NIH quieren descubrir algún tipo de marcador biológico que sirva para explicar por qué algunas personas logran recuperarse de un dolor agudo, mientras que otras derivan a un dolor crónico de difícil manejo.
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