¿Qué tanto duraría el efecto de una vacuna?

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Las vacunas han sido una valiosa herramienta de salud pública empleada durante décadas, pero estudios recientes muestran que las vacunas contra la gripe,  las paperas, la tos ferina, la enfermedad meningocócica y la fiebre amarilla han perdido su eficacia más rápido, por lo que no guardan relación con las recomendaciones oficiales de inmunización y refuerzos dictadas por la OMS.

Esta pérdida o disminución de protección dada por la vacuna puede pasar inadvertida, porque una inmunización de uso extendido ha eliminado en gran medida la transmisión de los patógenos contra los que emplea, haciendo la que los brotes sean poco frecuentes. Además, aunque los virus o las bacterias sigan en circulación, las personas vacunadas contra ellos reciben una protección de su inmunidad residual.

Diferencias en la inmunización de las vacunas

1. La protección contra la gripe disminuye rápidamente

Las vacunas contra la gripe de la temporada protegen contra varias cepas del virus, incluida la H3N2, ante la cual las vacunas suelen tener más problemas para combatir. 

Para la gripe, existen vacunas para virus vivos e inactivados, pero ninguna ofrece una protección eficaz, aunque coincidan con las cepas circulantes de los virus, ambos tipos protegen apenas un 60% de las personas vacunadas, con una corta duración.

En una revisión del 2018 en base a 11 estudios recientes publicado en el Clinical Infectious Diseases, sobre la durabilidad de las vacunas contra la gripe, los investigadores concluyeron que la efectividad puede desaparecer apenas 90 días posteriores a la vacunación. Además, el 20% de los estadounidenses recibieron sus vacunas contra la gripe de la temporada para fines de septiembre, lo que indicaría su ineficacia, debido a la propagación máxima de la influenza es entre enero y febrero.

Pero  también señalan que una vacuna puede ofrecer un beneficio incluso si «falla» y se enferman, pero evita que sea más grave y disminuye la mortalidad.

La temporada de gripe en América del Norte está finalizando, y los CDC calculan que el virus enfermó a casi 40 millones de personas, causó la hospitalización de medio millón y la muerte a unas 50,000. 

2. Resurgimiento de las paperas

En  1967 la vacuna contra las paperas llegó al mercado, con lo que en la década del 2000 en E.E.U.U., se presentaban unos pocos cientos de casos por año; pero en el 2006, la incidencia de brotes de paperas aumentó, a pesar del uso generalizado de la vacuna y la aplicación de las dos dosis recomendadas, especialmente en los campus universitarios y en comunidades religiosas que son muy unidas.

Investigadores descubrieron que la enfermedad afecta especialmente a las personas entre 18 y 29 años,  porque la vacuna ha perdido efectividad, por lo recomiendan que agregar una tercera dosis de la vacuna contra las paperas alrededor de los 18 años y luego inmunizar cada 10 años, podría disminuir notablemente la probabilidad de brotes.

Consistente con estos hallazgos, el Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización (ACIP, por sus siglas en inglés) de los CDC recomendó una tercera dosis de la vacuna contra las paperas, pero solo para aquellas personas que son «parte de un grupo o población con mayor riesgo» en el surgimiento de un brote.

3. Refuerzos para la fiebre amarilla

La vacuna contra la fiebre amarilla se comenzó a usar masivamente en la década del cuarenta y ha evitado la enfermedad y muerte de millones de personas, por lo que en el 2013, un comité de especialistas, al encontrar una incidencia bajísima de esta enfermedad a lo largo de 70 años, motivó a la OMS en el 2016 a modificar sus regulaciones sobre el uso de la vacuna contra la fiebre amarilla para dejar de aplicar un refuerzo cada 10 años y dar una única dosis de por vida, que para varios expertos es un error, pues éstos hallazgos se deben que una gran parte de las personas vacunadas no enfermaron por no estar expuestas al patógeno y que la prolongada inmunidad inducida por la vacuna contra la fiebre amarilla se da solo en el 80% de las personas vacunadas.

4. Tos ferina en disputa

A partir de 1991 la vacuna hecha del agente causal de la tos ferina, la  Bordetella pertussis– fue cambiada a otra vacuna de tipo acelular, que contiene una versión inactivada de la toxina que causa la enfermedad, supuestamente más segura, a la que reemplazó.

Esta vacuna se administra junto con otras dos: la difteria y el tétanos, para las que el ACIP exige seis dosis de la vacuna triple entre la infancia y los 12 años. Luego, recomienda a los adultos refuerzos solo contra el tétanos y la difteria cada 10 años. A pesar del riguroso programa de vacunación, en 2010–11 y 2014–15, California experimentó alrededor de 20,000 casos de tos ferina en dos brotes masivos.

Un estudio del 2017 concluyó que la protección disminuyó un 27% por año después de la quinta dosis infantil de la vacuna acelular, que se administra entre los 4 y 6 años de edad. Hecho que confiere una gran vulnerabilidad a la enfermedad, ante lo que expertos indican que la sustitución de la vacuna celular con la acelular fue innecesaria y errada, pues comienza con un 80% a 90% de protección, pero disminuye rápidamente, dejando a muchos niños vulnerables entre su quinta y sexta dosis, a los 11 ó 12 años de edad.

En comparación, la protección contra los otros dos agentes patógenos que proporciona la vacuna- tétanos  difteria- tiene una gran durabilidad, que calculan en más de 40 años para empezar a perder la inmunidad, por lo que la OMS, ya no recomienda refuerzos para los adultos que han recibido sus vacunas infantiles completas. 

Nuevas vacunas en base a VLP

Los especialistas en diseño de vacunas han creído que la base de esta memoria a largo plazo de las vacunas son las células o linfocitos B de memoria, que cuando se enfrentan a patógenos conocidos, proliferan, se activan y se diseminan rápidamente, para producir gran cantidad de anticuerpos, que se adhieren a los invasores, ayudando a neutralizarlos, previniendo infecciones. Esta memoria inmunológica es dependiente de la participación de los linfocitos T (respuesta T-dependiente).

Pero a raíz de la formulación de una vacuna contra el VPH, en que los investigadores diseñaron genéticamente otro virus para fabricar copias de una proteína de superficie inofensiva del VPH que se autoensambla: la partícula similar a un virus (VLP), con la que  se desarrollan altos niveles de anticuerpos neutralizantes del VPH, que disminuyen moderadamente después de 2 años, pero luego se mantienen estables durante al menos una década. Este hallazgo diferiría del modelo debido a la inmunidad por células B de memoria, en el que se evidenciarían picos de anticuerpos ante una infección. Por lo que Schiller y otros científicos sostienen que las VLP desencadenan la producción de células B denominadas células plasmáticas de larga vida (LLPC, por sus siglas en inglés), ubicadas en la médula ósea, desde donde producen anticuerpos específicos de manera constante contra diferentes antígenos extraños, aunque se desconoce la forma en que las VLP estimulan al sistema inmunológico para que produzca LLPC, pero se sabe gracias a los trabajos de Schiller que  proteínas densas y altamente repetitivas presentes en las superficies de los virus desencadenan respuestas de anticuerpos más potentes.

Gracias a estos hallazgos, los VLP se han convertido en una estrategia de vacunación moderna, puesto que una vacuna contra la hepatitis E en el mercado en China utiliza esta estrategia, y se están desarrollando inmunizaciones contra influenza, norovirus, chikungunya, encefalitis, malaria y el dengue.

Artículo original extraído de Science.