La estimulación cerebral podría borrar los pensamientos violentos y criminales
¿Recuerdan Naranja Mecánica? Una película donde un joven delincuente pasa por varios procesos experimentales para corregir su conducta. Aquellos tratamientos parecían más una tortura y no se usarían en la actualidad; pero, lo cierto es que los científicos sí buscan la manera de entender los procesos cognitivos de comportamientos violentos, agresivos y delictivos; de igual manera quieren hallar una forma de estimular al cerebro para hacerles frente.
La delincuencia y la violencia son dos de los mayores problemas sociales que más llama la atención no sólo a gobiernos y entornos sociales; sino también a médicos y psicólogos. Las conductas y tendencias agresivas, antisociales, de maltrato y violencia, han llevado a especialistas a analizar cuáles son las distorsiones cognitivas que las generan y si es posible revertirlas.
Se ha asumido que parte de esas modificaciones cerebrales tienen como resultado interpretaciones sesgadas de la realidad; se ha asegurado que muchos agresores y delincuentes actúan de forma egocéntrica para minimizar su responsabilidad. Estas afirmaciones se han hecho tras estudios con reclusos. Asimismo, se ha observado también que factores emocionales y el entorno influyen en las actitudes agresivas o delictivas.
La teoría del aprendizaje social fue una de las primeras teorías aplicadas al campo de la delincuencia; no obstante, no resuelve retos como saber por qué hay psicópatas incurables, o por qué una persona puede convertirse en agresiva y violenta tras lesiones cerebrales.
Una de las área del cerebro que podría explicar estas situaciones es el córtex prefrontal.
El córtex prefrontal es la parte asociada con las ideas y comportamientos. Por este motivo, investigadores de la University of Pennsylvania y de la Nanyang Technological University de Singapur, decidieron realizar una investigación para averiguar la posibilidad de modificar el comportamiento violento y tendencias criminales a través de la manipulación cerebral.
¿Qué tan condicionados estamos a actitudes violentas?
Los investigadores de Pennsylvania y Singapur trabajaron con 86 participantes, de 20 años en promedio (ninguno con historial clínico de trastornos neurológicos); la mitad de ellos fueron expuestos a simulaciones cerebrales invasivas directas y la otra mitad no. Después, se les pidió leer dos escenarios hipotéticos; uno sobre una agresión física y otro de agresión sexual. Tras leerlos, se les preguntó si hubieran actuado igual que los protagonistas. Las personas que recibieron estimulación eléctrica mostraron entre un 47% y un 70% de menor empatía hacia los protagonistas de los crímenes en las historias.
El equipo de neurólogos involucrados estimularon el córtex prefrontal dorsolateral; esta región es más pequeña y menos activa en personas agresivas o antisociales que en el resto de los individuos según estudios previos. A pesar de que en el pasado se utilizaban cirugías invasivas para corregir esos desórdenes mentales; el objetivo de la nueva técnica es completamente diferente:
más que remover partes del cerebro que potencialmente pudieran estar dañadas, se trata de estimularlas y encontrarles un beneficio; en otras palabras, buscar la forma de que se conecten adecuadamente con el resto del cerebro en lugar de suprimirlas.
Otra de las pruebas, para ver si el actuar también se había modificado, y no sólo la manera de pensar, fue colocar alfileres en una imagen de una muñeca que representaba un amigo o amiga cercanos; quienes recibieron la estimulación colocaron menos alfileres.
Con sesiones de sólo 20 minutos hubo resultados; según los investigadores, se trata de evidencia sobre cómo incrementar la actividad del córtex prefrontal para reducir intenciones agresivas. Aunque este método trae consigo muchas otros retos por resolver —la aceptación del gobierno para utilizarlo; el control y costos de uso; de qué manera sería utilizado—, este tratamiento podría convertirse en una opción de tratamiento para los criminales.
El estudio fue publicado en el Journal of Neuroscience.